Jessika Díaz

El pasado sábado 21 Jessika Díaz hubiese cumplido 30 años. Y digo hubiese porque un 25 de enero de 1995, a eso de la una de la tarde, un pistolero de la Policía del Estado Miranda bajo las órdenes del Comandante Méndez Russo y el gobernador copeyano Arnaldo Arocha se encargó de que no. 

Jessika fue mi amiga y a la vez fue amiga de varios de mis mejores amigos. El tiempo en que nos conocimos fue bastante corto, pero durante esos años forjamos una amistad basada en el respeto mutuo pese a los desacuerdos políticos (que no eran pocos aunque más bien “tácticos”) pero también en un profundo cariño. Supongo que por ambas cosas a la larga terminamos siendo “compañeros de calle”, es decir, asumiendo la responsabilidad de cuidarnos mutuamente en los enfrentamientos con la policía, los cuales ocupaban una parte importante del modus vivendi del movimiento estudiantil de educación media de entonces. Para mi tal “tarea”, así la llamábamos de acuerdo a la jerga subversiva clásica, siempre fue una especie de honor. Jessika era una militante en el viejo y buen sentido de la palabra: inteligente, entregada y por encima de todas las cosas valiente. Tenía la arrogancia típica de quienes trabajan con sinceridad por una causa y un aura de severidad que contrastaba enormemente con sus rasgos de niña de quince, pero también con la actitud deportiva de otros que, como yo, teníamos más fascinación por ver las cosas arder que por construir un mundo nuevo o frenar los avances del neoliberalismo. Pocas veces la vi sonreír. Y la mayoría de ellas fue en reuniones o ante la inminencia de alguno de los tantos peligros que tomábamos con toda la irresponsabilidad que podíamos. Sin embargo, creo que era bastante feliz. Tanto en su militancia como cuando andaba con su novio, un chico tan militante como ella y noble hasta la médula de cuyo nombre quisiera acordarme.

El día que mataron a Jessika y los que siguieron todo fue bastante confuso. Solo recuerdo que entonces aprendí lo que era la impotencia y el odio ciego que la acompaña. También conocí el oportunismo, la traición, la delación y eso que después entendí que se llamaba ejercicio del poder. Sin embargo también conocí el significado de la solidaridad y ahora, después de tanto tiempo y viendo las cosas con la ventaja que da la retrospectiva, estoy seguro que si se quieren cambiar realmente las cosas en este mundo donde nadie quiere asumir riesgos ni esforzarse mucho la actitud realmente revolucionaria debe tener esa severidad despreocupada pero entregada de Jessika y de otros que, como ella, murieron por aquellos días (Darwin, Raúl, etc.) o siguieron adelante con la sensación de haber perdido muchas cosas menos la vergüenza y la dignidad. Feliz cumpleaños pana. 

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